María Pura Ramírez vive entre guitarras, pajuelas, libros y micrófonos

Una rockera con historia

Lleva más de catorce años haciendo rock, siete en la radio y seis laborando en el área de investigación histórica. Es conocida por sus fans como una guitarrista y locutora admirable y por sus amigos como una mujer alegre, incansable e incondicional

María Pura en el concierto de Avril Lavigne

Por Eileen Rada

En cada show, María Pura recorre la tarima de un lado a otro con su minifalda, medias pantis y botines. Se desliza por el escenario, como danzando con su guitarra azabache. Agita con furor su larga melena castaña y cuando llega el momento se apodera del micrófono para conquistar a un público sediento de rock. Pocos imaginarían que la enérgica guitarrista de la banda caraqueña Sónica trabaja de lunes a viernes en una oficina de investigación histórica y conserva fuerzas para conducir cada fin de semana su programa sabatino Rock Show en La Mega Estación.

Trabajadora, risueña, elocuente y con gran sensibilidad social. Así es María Pura. Rockera y femenina. De piel blanca, ojos color caramelo y cabello castaño ondulado, que casi siempre alisa con esmero antes de subir al escenario.

Nació el 17 de julio del año 1979, justo después de que sus padres se residenciaran en Venezuela. Elbio Ramírez y María Imhof -padres de María Pura, Martin y Alina- son artistas plásticos, nacidos en Montevideo, pero pisaron tierra Venezolana al huir de la dictadura cívico-militar imperante en Uruguay.

Desde su niñez, María Pura sabía lo que quería hacer por el resto de su vida: dedicarse a la música y a la radio. Sus juguetes favoritos eran los instrumentos musicales que su hermana nunca usó. A los seis años comenzó a tocar guitarra acústica bajo la instrucción de su padre.

“Cuando tenía siete años agarraba un cepillo y me ponía a cantar en la sala viéndome en el espejo, pero nunca me imaginé estar en un escenario con una guitarra”. Hoy comparte una banda de rock con su hermano menor, Martin Imhof (batería), Marco Ramos (cantante y bajista) e Iván Infante (guitarrista).

Luego de muchos intentos, la rockera ha visto materializadas varias de sus metas, entre ellas la de ser locutora. Estudió Historia en la Universidad Central de Venezuela, pero nunca perdió de vista su interés principal: llegar a la radio.

Fue en el año 2005 que su sueño de ser locutora se cristalizó, luego de ganar del reality show El Mal Hermano, transmitido por La Mega Estación y Puma TV. “Hacer radio es como estar en una sala de juegos. Es crear, inventar, reír, y trabajar bajo presión. Eso me encanta”, comenta la locutora y guitarrista.

Entre los años 2008 y 2009 vivió la experiencia de ser conductora del programa E! News en el canal de cultura y espectáculos E! Entertainment Television y no descarta la posibilidad de volver  trabajar en TV.

Detrás de la guitarra y el micrófono

Cual mujer orquesta, María Pura debe cumplir semanalmente con sus tres profesiones: guitarrista, historiadora y locutora. Para llevar a cabo todas sus actividades, disfruta al máximo de hacer ejercicios. Ir al gimnasio es su bebida energética, porque le da fuerzas para cumplir con todas las actividades cotidianas.

Una de las cosas más satisfactorias para esta rockera es estar al aire a través de la radio y escuchar a la gente cantar en sus toques. Pero luego de una ajetreada rutina, le encanta ver películas, leer, viajar, ir a la playa y mirar El Ávila.

María Pura cuenta con gracia que tiene varias manías. Su cartera no tiene nada que envidiarle a la de Mary Poppins o a la maleta del Gato Félix. En ella siempre lleva pastillas para el dolor de cabeza, cremas, peines, perfumes, paraguas, cargadores y cuando viaja lleva consigo un ventilador.

Son muchas las personas que guardan con recelo sus placeres más secretos, pero esta guitarrista no titubea en admitir que llora al final de la mayoría de las películas, le encanta comer dulces casi diariamente y disfruta al bailar todo tipo de música.

… Y ahora es que falta

María Pura ha demostrado ser una mujer con guáramo, sentido del humor y determinación para lograr sus propósitos. Hoy se siente orgullosa de haber formado una banda y tener tres hijos: sus discos. Viajar con su agrupación al interior de Venezuela y tocar en países como Colombia, Argentina, Brasil y Estados Unidos son sólo algunos de sus más grandes logros.

Hoy tiene un sinfín de aspiraciones y metas por cumplir. Mientras tanto, disfruta al máximo de los triunfos alcanzados, se regocija en el sonido del rock & roll que nace de su guitarra, gusta de escudriñar datos  históricos y cada fin de semana  le da un boleto a su voz para surcar el cielo a través de ondas  hertzianas que transmite desde su sala de juegos favorita: la radio.

Arquitectura entre azúcar y harina

Teresita Chuecos, arquitecto que encontró su pasión en la repostería. Se encuentra en Madrid, luego de una gran trayectoria en Venezuela, al alcanzar la fama utilizando sus criterios profesionales en la repostería

Por: Jesús J. Prieto

Una torta que asemeja ser un vestido de novia en movimiento, da la bienvenida al atelier Teresita Chuecos Cake´s Desing. Colores azul menta y suaves tonos turquesa envuelven aquel local de la calle Serrano de Madrid. De la cocina sale un suave y dulce olor a fondan y por todo el atelier recorre una amplia colección de tortas.

Al fondo en una esquina, sentada en su escritorio mientras atendía a unos clientes, esta aquella mujer que veíamos por Venevision, todos los sábados en la tarde. Muestra la misma sonrisa que cuando sorprendía a una pareja recién casada en el escenario de Súper Sábado Sensacional. En ese momento no sabíamos, si la novia recién casada comenzaba a llorar de la emoción por haber consumado lazos con el amor de su vida o por tener en su banquete de bodas una torta diseño exclusivo de Teresita Chuecos.

Teresita Chuecos en su atelier

Son las doce del mediodía madrileño, el sol invernal se topa con los tonos azules mentas del atelier. Teresita sigue hablando con los clientes interesados en su arte de los cups cakes. Finaliza su conversación y se dirige a la cocina a darle los toques finales a una de sus tortas. En ella relucía la elegancia, vestía una blusa de terciopelo atigrada, pantalón ceñido y unas botas marrones que le llegaban hasta la rodilla. Pasan diez minutos y vuelve a la silla azul menta donde estaba inicialmente.

Esta venezolana transcurrió su vida en Caracas y cursó sus estudios en el colegio Teresiano del Paraíso. Los pasillos de ésta sede fueron escenario de todos los diseños, dibujos y carteleras que hacia Teresita, quien desde pequeña destacaba su talento y afición por el diseño. “Recuerdo que era terrible, cuando íbamos bajando las escaleras para ir al recreo, yo me colocaba unos zapatos de tap y comenzaba a zapatear, el cura y las monjas no me soportaban, pero nunca me suspendieron del colegio porque yo era la que hacia todas las carteleras”.

“¡UCV, la grande!” dijo Teresita, quien conserva su admiración por la Universidad Central de Venezuela, en donde realizó estudios en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo en la década de los 60 y conquistó en el Aula Magna el título de Arquitecto. Baja el rostro, se toca las manos y vuelve la mirada y dice: “cuando todo era bonito, cuando todo era diferente, ya la UCV no es la de antes”.

Llegó a ejercer como arquitecto en Venezuela, junto a su esposo Alfonso Chuecos. Tenían proyectos en casas particulares, en petroleras (Lagoven y Amuay) y edificios de construcción francesa en los años 80. Nadie se imaginaba que Teresita pasara de diseñar edificaciones y complejos industriales a realizar tortas de diseño propio.

Teresita Chuecos, muestra creatividad en su rostro cuando habla con alguien, tiene los ojos muy abiertos y está atenta a cualquier detalle de la conversación. A simple vista refleja su capacidad de crear y dar vida a obras y diseños exclusivos y de gran magnitud, sin duda es una mujer que porta el talento arquitectónico que un profesional del diseño y construcción debe poseer.

Confiesa que nunca se aburrió de la arquitectura, siempre fue una profesión que realizó con gran dedicación. Solo el amor pudo hacer que Teresita dejara de hacer algo que le gustaba. Cuando trajo al mundo a su hija Madeleine, decidió quedarse en su casa y encargarse de ella, pues siempre quiso una niña y mostraba sus celos de madre por ella.

Una torta de la Sirenita de Disney, fue la culpable de que Teresita entrara en el mundo de las tortas, los cups cakes y macarons. Tener una niña, hizo que sus niveles de exigencia se elevaran. “Busqué a alguien q me hiciera una torta, de la sirenita, elabore un diseño y todas las reposterías me la rechazaron. Decían que eso se caía, que se derretía y yo me sentía un poco frustrada”.

Realizó un seminario de técnicas avanzadas, donde estaba rodeada de profesionales y Teresita nunca había amasado ni mucho menos horneado una torta, pero logró hacer el mejor diseño de todo el curso. Con los conocimientos que adquirió en el seminario y sus criterios arquitectónicos logró hacerle la torta de cumpleaños a Madeleine. “Yo era feliz porque hice la torta de La Sirenita, se corrió la voz en caracas, porque era una maqueta con corales y efectos de agua.” Los ojos atentos de Teresita brillaban y su sonrisa perenne se resaltaba. Era un arquitecto haciendo una maqueta con lo que se come.

Nunca pensó que iba hacer tantas tortas en su vida, todo era un juego y  distracción mientras estaba en su casa encargándose de su hija. Hasta que les hizo una torta de matrimonio a unos amigos de su esposo, que causó sensación en todo el banquete; un ejecutivo de Venevision vio la torta y enseguida avisó al canal de ésta maravilla arquitectónica hecha en torta que estaba observando. Desde ese entonces Teresita Chuecos comenzó a relucir.

Grandes niveles de exigencia se dan a conocer en todo lo que realiza, cree más allá de la perfección. Su amplia creatividad ha hecho que no se fije en lo que existe, afirma que nunca ha podido tomar algo como ejemplo. Llevándose las manos a la cabeza dice: “no sé qué me pasa, no hay nada que me satisfaga”.

Entre tantas reposteras en Caracas, Teresita no entendía que le veían a ella. Pero tal era su imaginación y empleo de elementos arquitectónicos en las tortas, que para el comienzo de los años noventa fue una sensación. Comenzó a montar las tortas sobre cristales, diseñaba sus propias mesas, incorporaba un paisajismo e iluminación. “Como arquitecto, en mis diseños siempre tenía que incorporar elementos como si estuviera haciendo una casa.” Antes de hacer cada torta, teresita elabora un plano, para que todas sus unidades estuvieran perfectamente plasmadas.

Torta de cubierta de chocolate de Teresita Chuecos

La perseverancia, exigencia, creatividad y búsqueda de la perfección hicieron que Teresita estuviera dieciocho años en la televisión venezolana, donde mostró más de quinientas tortas, aportara sus diseños a más de cinco mil bodas, llevara su producto a todos los rincones de Venezuela y lo exportara a países de América y Europa.

Teresita se considera habilidosa, cuando vivía en Caracas, su casa en Prados del Éste había sido diseñada por ella y su esposo, con un estilo Europeo-Americano y todas las figuras que la adornaban habían sido de su creación. “Yo tengo una manera de ser, lo que aprendo no lo ejecuto como algo nuevo, sino que lo trato de modificar para lograr algo mejor”. Considera la repostería como un “gran laboratorio” donde siempre hay que estar experimentando, se sonroja y dice que todo lo que ella experimentaba le salía bien a la primera.

Todos los componentes de las tortas de Teresita Chuecos, son elaborados por ella, no busca recetas de libros, antes de realizar un diseño nuevo, toma un tiempo para experimentar y probar los ingredientes.” Los rellenos son hechos por nosotros, las combinaciones como me apetezcan y si veo que hay algo ya utilizado en un área no lo hago, no quiero ser cara común.” Le gusta que su producto sea único y exclusivo, para que la persona que lo pruebe, se le quede el sabor.

La situación actual de Venezuela la hizo tomar la decisión de dejar su atelier del centro comercial Paseo Las Mercedes en Caracas. Le aterraba no conseguir la materia prima para la elaboración de sus tortas, además que la inseguridad reinante en la ciudad, hacía precaria la calidad de vida de su familia y ella.

Hace tres años fijó su residencia en España, donde la han recibido con los brazos abiertos, por llevar un producto innovador, pues en ese país nunca se ha llevado a cabo la repostería con los criterios de diseño y arquitectura que utiliza Teresita.

Torta con forma de flor de Teresita Chuecos

Llegó un poco insegura a España, porque pensaba que todo lo que ella sabía no era suficiente. Hizo seminarios en Barcelona, con los mejores reposteros y descubrió que estaba pisando fuerte.

Con mucha seguridad dice que si en Venezuela tuvo la creatividad abierta con la escasez de insumos, lo que va a logra en España va a ser lo máximo. “En Venezuela fui la única que montaba torta sobre mesas de hielo, ahora aquí tengo la mente volando”. Dijo, expresando estar muy segura de sí misma.

Teresita sentada en su amplia silla color azul menta, luce muy relajada, optimista y positiva. Dice que todos sus días están inspirado por los novios, tratar con parejas que portan diferente estilos. Además se siente complacida de estar en Europa. “En América tenemos los castillos de Cartón aquí los tenemos de verdad” dice entre risas.

Nada la desanima, dice que todos los días son diferentes y emocionantes, pero explica que al ver una película que refleje la injusticia del mundo, se deprime. Le gusta sentir todo al máximo, por eso prefiere la comida mexicana, aunque confiesa que le fastidia comer, le gusta sentir el fuerte sabor del picante.

“En mis tiempos libres disfruto de mi familia, los españoles tienen muy buena vida” dice soltando una carcajada. Se siente muy bien viviendo en España, porque los españoles son como los venezolanos y han valorado mucho su trabajo.

Teresita alega que todo lo que busquemos lo podemos lograr. Yo tengo un defecto, que es que no le digo que no a nada y me he metido en cada compromiso que ha sido bien difícil.” Uno de sus proyectos retos, fue hace catorce años, cuando los Cohen inauguraban el Centro Comercial Sambil, donde tuvo que hacer la maqueta del centro comercial en torta que contaba con tres metros de largo.

Esta artista de la repostería, ha dejado un legado importante en Venezuela, su producto innovador causó revuelo en el país. “Todo el mundo quiso parecerse a Teresita Chuecos, al principio me molestaba pero fue un legado que yo dejé.” El tiempo dirá si vuelve a Venezuela, por ahora seguirá en Madrid y espera que cuando ella no esté, su hija Madeleine haga de Teresita Chuecos, una marca que continúe.


Diana Marcoccia detrás de escena

           La actriz que hizo de “Neta” en La Viuda Joven tiene una familia que la ha apoyado siempre en su carrera. Después de haber probado muchas disciplinas, decidió que lo que le apasiona es la actuación

Por Ariana Carolina Contreras Matute

            Es media tarde. Una joven de cabello rubio y liso por debajo de los hombros, con un vestido largo de tela delgada está en el mostrador de la tienda de accesorios “Casa Diarón”. En una de las paredes hay un póster dónde la misma chica aparece maquillada de forma psicodélica, en el lado izquierdo de otras dos, con accesorios de la tienda en un parque de atracciones.  Sus ojos son grandes, redondos y verdes. Su cuerpo es delgado y mide alrededor de 165 centímetros. Parece una chica completamente común, pero es una joven a la que le apasiona la actuación y toda su vida se ha dedicado al arte. Hoy está nominada a mejor actriz juvenil 2011 en los premios TV y Novelas Venezuela.  Ella es Diana Marcoccia.

            La actriz está visitando a su familia en las vacaciones decembrinas, ya no vive con ellos desde hace cuatro años. Ahora su residencia está en Caracas, desde supo que sería la protagonista de la serie juvenil de televisión Corazones extremos. Antes de empezar a grabar, viajaba todos los días a los ensayos, luego decidió instalarse. “Al principio fue extremadamente emocionante y no me importó. Después caí en cuenta, estaba terminando 5to. Año. Pero tenía que elegir: una gran oportunidad o llevar una vida normal como cualquier ser humano que pasa por el liceo”.

            Diana descubrió su pasión por el arte en tercer nivel de preescolar, cuando bailó por primera vez, en Caracas. “Cada vez que escucho la dos canciones que bailé, me dan escalofríos”, dice con una sonrisa. Entonces empezó a estudiar ballet y llegó hasta el quinto año. Además del ballet, varios estilos de danza han dejado su huella en Diana Marcoccia. Su primer sueño artístico fue convertirse en bailarina. Incluso, hace un año grabó un reality show por internet, “Baila, Diana, Baila”, que combinaba el baile y la actuación. La idea fue de sus productores Víctor y Pablo Escalona.

            La actriz está totalmente concentrada en su carrera actoral. Al llegar a Caracas, tenía pensado empezar sus estudios universitarios en Comunicación Social, pero las ocupaciones artísticas no se lo permitían. Pero ahora, después de tres años de haberse graduado de bachiller, sí planea empezar a estudiar Artes.

            Y el arte no ha sido la única constante en su vida, las mudanzas han caracterizado la existencia de esta joven. Nació en Caracas en 1992, luego se fue a Maracay, donde se ha mudado varias veces, y también vivió un tiempo en Tenerife, donde certifica que ir al colegio era muy fuerte. Los niños la discriminaban por ser venezolana. Pero en las tardes todo era distinto, estaba inscrita en una academia. Su tía vivía allá y también era bailarina, entonces le conseguía presentaciones. Al regresar, a mitad de quinto grado, el único colegio que la aceptó fue uno de monjas, en el que se graduó y el que la apoyó siempre en sus labores artísticas.

            Diana Marcoccia se considera “una gitana”. Hablar de las seis veces que se ha mudado en Caracas, desde hace tres años, le da risa. También vivió en Miami buscando alejarse de su entorno, tras la salida del aire de Corazones Extremos dos días después de su estreno. “A todos les afectó mucho, hubo unos que decidieron alejarse del medio, pero yo dije: ‘esto es lo que a mí me gusta”. En Florida, continuó su formación y también estudió inglés, como lo había hecho en Caracas. No se le hace muy fácil el idioma, incluso le costaba en el liceo, pero le gusta. Su estadía en el exterior fue completamente solitaria, fue luego que hizo amigos: “No muchos, pero los pocos que hice fueron de calidad”. A los cuatro meses regresó a Venezuela, vivió un tiempo en Maracay y luego volvió a Caracas.

            Mientras la chica de origen italiano recuerda los momentos importantes en su vida, su madre entra al depósito de la tienda de accesorios para buscar algunas cosas. “Excuse moi”, es una de las frases que pronuncia graciosamente su progenitora al interrumpir su discurso. Marcoccia, de manera muy sutil y serena, descruza las piernas, despeja su espalda de la silla, se aparta del medio y le sonríe un poco.

            Cuando su madre se retira, la joven empieza a recordar de nuevo algunas experiencias. “Todo el mundo quedó sorprendido por lo desenvuelta que fui, porque era muy tímida. Cuando canté y bailé fui otra persona”, admite al acordarse de la primera vez que subió a cantar en un escenario. Ya descubierto su gusto por el canto, la próximamente conocida como Diany viajaría a México para participar en un concurso internacional. Su madre iría como patrocinadora y decidió asistir. Los hermanos Escalona le compusieron un tema inédito con el que ganó. A pesar de las ofertas que recibió, decidió regresar a Venezuela y grabar el álbum Diany Reggeteen.

            Al año siguiente, viajó nuevamente a México. Allí conoció a grandes amigos paisanos, como el actual miembro de Calle Ciega, Eloy Oropeza, quien le gustaba en un principio y ahora llama “primo”. Sus compañeros de viaje formaron parte también de las miniseries Un verano Junto a ti y De buena nota, segmentos de A Control Remoto, show transmitido por  RCTV en 2006 donde la adolescente animaba, actuaba, cantaba y bailaba. De allí salió su segundo CD. Ella recuerda muy feliz la experiencia con sus amigos. “Aprendimos juntos, porque en ese momento yo creo que ninguno sabía actuar”, comenta entre risas.

            Gran parte de ese elenco, participó en Mi niña amada y La otra mitad del sol, series que salieron al aire por Venevisión, donde la artista protagonizó junto a la banda Salserín y grabó su tercer álbum. En estas series, la adolescente conoció a una de sus mejores amigas y a su primer amor, su ex novio Leonel Ojeda, integrante de la banda para ese entonces. Las cosas con el cantante no terminaron bien. La actriz asegura haber sufrido mucho con esa primera desilusión amorosa. Hoy la chica no tiene novio. Su concentración la ha tenido enfocada en su carrera. Sin embargo, comenta que en 2012 puede que le abra las puertas al amor nuevamente.

            Fue después de haber terminado su primera relación y su cuarta serie de televisión que la chica se alejó por un año del medio audiovisual. Se dedicó a sus estudios, en los cuales siempre obtuvo muy buenas calificaciones; al teatro, al canto y al baile en la academia MM art de Cagua. A los quince tuvo su primer papel protagónico teatral en Peter Pan, obra en que se fue la luz el día del estreno en plena escena con Wendy. Diana asegura que fue “horrible”, incluso lloró después de la presentación. Confirma que esa experiencia la ha ayudado a desenvolverse en improvistos de otras obras, incluyendo las recientes.

            La actriz dice que todos los trabajos que desempeña son muy importantes, sin embargo, en cuanto a proyección, el más relevante ha sido su último en televisión, al interpretar a “Neta” en la telenovela La viuda joven. “El hecho de que tengas fans o te reconozcan es como un agradecimiento de lo que vienes haciendo”. Antes de obtener esa oportunidad, ya había hecho innumerables audiciones para dramáticos, incluidas dos para otros papeles en esa producción.

            Además de actriz, Diana Marcoccia también ha sido imagen publicitaria desde pequeña, pero dice que no es algo que le apasiona. “Es un trabajo aparte que me da un ingreso y es una manera de proyectarme”. Y hablando de ingresos, la actriz también es comerciante. Desde que estaba en el liceo les vendía accesorios a sus amigas. Hoy continúa con su negocio.

            En todas las actividades artísticas que ha desempeñado, Diana ha tenido el apoyo de su familia. Al hablar de ellos, irradia alegría. Dice que su hermanita sabe lo que quiere y que su hermanito es muy ordenado, hasta quisquilloso. Hoy los extraña mucho más que ayer. “Ahora hay una conexión más grande, cada vez el amor es más fuerte”. Su madre es actriz y desde niña la llevaba consigo a sus actividades. Admite que siente celos porque muchos amigos la llaman “Mamá Rosa”. Cuando habla de su padre, describe a un hombre emprendedor. Mientras resalta sus cualidades, su mirada se pierde y sus ojos se empañan.

            Muchas veces su familia viaja a Caracas cuando ella no puede ir a Maracay por compromisos actorales. En el presente, la artista asiste a clases de teatro en la escuela de Luzcolumba, donde reconoce haber aprendido mucho. “Lo que más me gusta es la formación como persona”. Además, está haciendo cine por primera vez. Lo que más le gusta del séptimo arte es la dedicación y preparación del equipo de trabajo. En el mes de febrero termina el rodaje, lo más probable es que para finales de este año el film esté en las salas. Para mediados de 2011, la artista dijo que esperaba grabar una película ese año. Evidentemente, lo logró.

            El mundo del entretenimiento no es fácil.  A pesar de que todos los trabajos son complejos, el medio artístico suele ser más rudo que todos los demás. El interés, la superficialidad, la falta de sutileza, son algunas de las cosas que suceden en el medio. Sin embargo, los que saben que eso es lo que quieren, continúan su camino combatiendo los obstáculos. Diana Marcoccia ha vivido situaciones desagradables, pero la actuación es lo suyo. En sus planes está seguir su carrera en Venezuela y así poner su granito de arena en la realización del buen cine de su país.

 

“Hemos tratado de ser más efectistas que efectivos”

Valmore Andrade Gamboa es abogado especialista en criminalística y policía científico desde hace 17 años. El funcionario sostiene que hay déficit de efectivos en el organismo y en el sistema judicial.

Por Ariana Carolina Contreras Matute                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     

Uno de los temas más denunciados por los venezolanos actualmente es el de la inseguridad. El Jefe dela División de Inspecciones Técnicas del CICPC, Valmore Andrade Gamboa, quien es abogado con postgrado en criminalística y forma parte del cuerpo desde hace 17 años, comenta que los crímenes más comunes hoy en día son el robo y hurto de vehículos.

 

-¿Por qué cree usted que en los últimos años se ha ido incrementando tanto la delincuencia en el país? ¿A qué se lo atribuye?

– Eso es un fenómeno multifactorial. Podríamos hablar de que lo principal es el alto porcentaje de marginalidad que hay en el país. Otro factor muy importante es esa sensación de impunidad que existe.

 

– Según el Observatorio Venezolano de Violencia, en el 2010, en Caracas hubo entre 4.000 y 5.000 muertes violentas, en su mayoría, en zonas populares. ¿Por qué suceden tantos hechos de esta índole en estos sectores?

– Uno de los factores es que hay muy bajo nivel de escolaridad y, por ende, muy bajo nivel de educación en los sectores marginales. La violencia con que normalmente se desenvuelve este sector de la sociedad también incide. Están acostumbrados a eso, y si a eso le aunamos la gran cantidad de armas de fuego que hay en esas localidades… por eso es que se dan tantas muertes.

 

– En Agosto se prohibió el uso y tenencia de armas de fuego en el transporte público. El ministro El Aissami dijo que el propósito era ayudar a resolver las investigaciones criminalísticas. ¿Sí se ha logrado esto?

– Un elemento importante para disminuir no tanto el robo sino la violencia que contrae es que no haya armas de fuego. No creo que la medida por sí sola haya dado beneficios sustanciales en cuanto a la disminución del robo en el transporte público, pero es un intento muy bueno. Estoy totalmente de acuerdo con la prohibición de la tenencia de armas.

 

 

– ¿Por qué tantas personas no autorizadas para tener armas de fuego las obtienen? ¿Cómo puede ser posible eso?

– Primero, hay una gran cantidad de armas de fuego en la calle a raíz de eventos como el Caracazo. En esa época trajeron muchas armas a la calle que fueron a dar necesariamente a manos de los delincuentes. Segundo, la población, al ver el incremento  de la inseguridad, ha optado a armarse, pero esa población es víctima del robo de sus artefactos y es muy fácil que esa arma que carga un civil -la mayoría de las veces con muy poco conocimiento del porte y tenencia del arma de fuego- sea víctima de un robo y que se le despoje. Y otro factor que está incidiendo es que no tenemos muy buen resguardo de las fronteras y por allí está pasando cualquier cantidad de armamento proveniente de la guerrilla y de los paramilitares.

 

– ¿Cuántos crímenes se investigan y cuántos son resueltos al mes?

– Esa es una cifra muy difícil de manejar. La resolución de un delito obedece a muchísimos factores. La complejidad del delito es un elemento fundamental. El número de casos que investiga el CICPC es en base a la cantidad de funcionarios que tiene, a la disponibilidad de recursos materiales. Eso incide en que de pronto no sea una tasa efectiva de resolución de casos. El porcentaje de casos que se resuelven son bajos.

 

– Entonces, en ese caso, les faltaría un poco más de recurso humano y material para poder resolver todos esos casos de manera impecable.

– Claro. Porque es la cantidad de casos, no la complejidad del caso. El CICPC es uno de los organismos reconocidos a nivel mundial. Pero, ahorita tenemos una cantidad de más o menos 6.000 funcionarios, de los cuales el 40% de ellos es administrativo, es decir, que no trabaja en misiones policiales. Eso nos deja una muy baja cantidad de funcionarios por población, que es como se mide la cantidad  de funcionarios que debería tener un cuerpo de investigaciones científicas como el de nosotros.

 

– ¿Qué aspectos considera usted los más importantes para determinar cuáles son los casos que se van a investigar?, ya que falta personal para poder cubrirlos todos, ¿cómo se jerarquiza eso en la agenda de la comisión?

– Depende del tipo de delito. Los homicidios son los delitos donde tienen que trabajar más arduamente los funcionarios, son los casos más complejos de resolver porque muchas veces un caso desde el punto de vista policial puede estar resuelto, pero a veces es difícil incorporar los elementos de prueba al expediente para aportárselos ala Fiscalíadel Ministerio Público y que a la hora de que el fiscal tenga que presentarlo ante un juez tenga el valor aprobatorio para que la persona pueda ser condenada.

 

– ¿Y cómo se hace con esos casos “cangrejos”?

– Nosotros tratamos de resolver todos los casos, aunque hay factores de índole político, económico, hasta socio-culturales, que predisponen a que trabajemos unos casos con mayor ahínco que otros. Hay casos que repercuten muy significativamente de manera negativa en la opinión pública y tenemos que abocarnos a ellos.

 

– Hablamos de que la policía científica es reconocida mundialmente por sus labores, sin embargo, Caracas está considerada como una de las ciudades más peligrosas del mundo.

– Una cosa es el alto grado de criminalidad que pueda tener un país y otra la efectividad de la policía científica a la hora de resolver los crímenes. El CICPC no es una policía preventiva. Nosotros, por nuestra labor de investigación científica, actuamos luego de que se comete el delito. La ocurrencia del delito, no digamos que no es desde ningún punto de vista atribuible al CICPC, pero la prevención del delito está a cargo de otros organismos.

 

– ¿A qué le atribuye la responsabilidad de que muchos delincuentes, después de haberse comprobado su culpabilidad en un caso, estén libres?

– Una cosa es que esté comprobado desde el punto de vista policial y otra que esté plenamente aprobado ante el órgano judicial, pero recordemos que el problema está, de pronto, en lo largos que pueden ser los períodos en los que el juez tome una decisión. Perola Constitucióny el Código Orgánico Procesal Penal establecen que nuestro sistema acusatorio hay el principio de presunción de inocencia, y en ese principio es una regla que las personas sean juzgadas en libertad. Es una excepción el que la persona sea juzgada con privación de libertad.

 

-¿Entonces cómo calificaría la labor del Poder Judicial aquí en Venezuela?

– El Poder Judicial, así como el CICPC, adolece de funcionarios. No hay la capacidad de atender la cantidad de casos.

 

– ¿Cómo cree que pueden combatirse los índices de criminalidad según su experiencia como policía científico?

– Las labores preventivas para un delito puede que no nos sirvan para otros, pero lo fundamental es la educación y el rescate de valores. De pronto, nuestros gobernantes no han atacado ese problema a largo plazo. Hemos tratado de ser más efectistas que efectivos a la hora de atacar los altos índices de criminalidad. Tendríamos que atacar los orígenes de porqué, desde el punto criminológico, la persona comete el delito. Uno de los factores que están incidiendo en los índices de criminalidad son

Un turista malabarista

Por Ariana Carolina Contreras Matute
     El 31 de diciembre de 2010 dejó su vida en el sur del continente y no tiene fecha de regreso. Nunca soñó con hacer arte y ahora los malabares son lo que le permiten cumplir su deseo de seguir viajando

Por Ariana Carolina Contreras Matute
    

Caracas, 8 de diciembre de 2011.-  Es un día soleado en Maracay. La tarde está comenzando. El famoso obelisco, ubicado en la urbanización San Jacinto, está rodeado de las habituales colas de automóviles que hacen enojar a muchos. El semáforo que está al lado del parque de diversiones cambia. Un muchacho se para frente a los carros y empieza a hacer malabares. El chico tiene una camisa sin mangas, desteñida y negra, un pantalón gris arremangado por debajo de las rodillas y un gorrito. Las mazas son lanzadas. Suben y bajan, van de un lado a otro y a veces caen al suelo. El muchacho termina la ronda, se dirige a las ventanas de los carros y la gente le da dinero. Luego se va a tomar un descanso. Lleva tres días en ese puesto. Él es Juan Manuel Charadía.
Juan es un argentino que el 31 de diciembre de 2010 emprendió un viaje “con algo de plata en el bolsillo” que duraría un mes y medio, pero que ya lleva casi un año. Está recorriendo Latinoamérica. Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y ahora Venezuela son las naciones que ha visitado y dice que en el poco tiempo que ha estado en el país, le ha parecido “chévere, muy bonito”. Ya ha acogido algunas palabras venezolanas. Juan no sólo ha visitado Maracay, también estuvo en Barquisimeto durante un mes visitando a un paisano.
En el segundo semestre de 2011, el Instituto Nacional de Estadística (I.N.E.) reportó que alrededor de 29.400 turistas extranjeros visitaron Venezuela, proviniendo, en su mayoría, de países suramericanos.
Charadía asegura que en Venezuela le ha ido muy bien porque a la gente le gusta el arte y colaborar. Dice que es más fácil vivir aquí que en Colombia, indica que la vida allá es más cara: “Se trabaja y se tiene lo justo. No me muero de hambre y tengo para dormir, pero hasta ahí”.
Juan Manuel aprendió a hacer malabares solo. “Me fui comprando las cosas y fui practicando. En un momento del viaje dije ‘Me voy a parar en un semáforo a ver si puedo continuar viajando y sustentarme con esto’ y bueno, ahora puedo seguir tranquilo”. A veces también se presenta en diversos eventos para conseguir más ganancias. Por ahora, está viviendo en un hotel cerca del terminal de pasajeros con tres amigos que lo acompañan desde que salió de Argentina. “En un principio éramos ocho, pero cada uno ha ido por su lado y ahora somos cuatro”. Dos de ellos también son malabaristas y el otro toca el saxofón. Todos trabajan en los semáforos.
Él deja su bolso a un lado de la acera cuando va a empezar sus malabares, dice que no le preocupa demasiado que se lo vayan a agarrar porque no le pueden robar tanto y que de todas formas no lo molestan mucho porque trabaja en la calle. “No soy un buen punto para robar -señala de manera graciosa- me cuido más de la policía que de los malechores”.
Últimamente, el clima es bien impredecible, a veces el sol es tan fuerte que quema y a veces los aguaceros perecen un diluvio. La piel de Juan está bronceada, su nariz y pómulos están rodeados de una línea escamosa que encierra a un color más claro que el resto del rostro…el sol ha hecho sus efectos. Cuando cae la lluvia, se refugia o se va sin haber conseguido dinero. Generalmente, descansa sólo cuando el semáforo está en verde, aunque en ocasiones se toma unos minutos, pero prefiere trabajar porque si no se aburre. Sus jornadas son de tres horas aproximadamente. El artista se turna las avenidas y semáforos de la ciudad con otros malabaristas. Entre ellos se dan información de dónde pueden colocarse.
. Los pies de Juan sufren las consecuencias de trabajar parado en la calle. Sus zapatos están sucios y al levantar la punta de los dedos se ven rotos. Él comenta que cuando llega la noche está muy cansado. “Parezco un abuelo, me pego un baño y me duermo porque no puedo más”. Él nunca había trabajado así en la calle, es una experiencia que vive por primera vez al aventurarse por el continente. En Buenos Aires, estudió en el Instituto Educacional Fátima y luego, antes de partir, estaba estudiando gastronomía, pero aún no ha terminado… y no sabe si lo hará cuando regrese.
Juan nunca quiso ser artista, ni de niño ni de adolescente le llamó la atención ese campo, más bien sentía afición por los deportes. Jugó rugby y fútbol. Pero la sangre en algún momento se hace notar, sus padres y su hermana son artistas. La música y la pintura forman parte de la familia Charadía. Juan dice que lo extrañan y que habla con ellos todas las semanas, pero no todos los días, porque se haría aburrido. En Buenos Aires, vivía con sus parientes. Su vida ha cambiado drásticamente.
Las cornetas suenan, el roce de los cauchos y la brisa que generan los automóviles hacen el ruido característico de la ciudad, el lugar de trabajo diario del malabarista. Maracay tiene 1.300.000 habitantes, los artistas callejeros tienen una buena cantidad de espectadores.
A Juan Manuel le parece buena idea llevar a las escuelas el tipo de entretenimiento del que él se encarga, distraer a los niños un rato, pero no tiene los contactos para ir, dice que si los tuviera lo haría.
El argentino no tiene muy definido qué quiere hacer cuando llegue a su país. Ni siquiera sabe cuándo lo hará… o si lo hará. Es un viajero bohemio que se ha encargado de conocer nuevas culturas de una forma poco convencional: con malabares. Muchos creerían que no es suficiente vivir de eso, pero Juan es sólo uno de los millones de trabajadores informales que se ganan la vida en el país. Esas millones de personas conforman el 43,5% de la población económicamente activa en Venezuela, según el I.N.E. Aunque el malabarista no es venezolano, su historia en el país es similar a la de muchos criollos, con la diferencia de que los nuestros no lo hacen por mantenerse viajando, sino para mantenerse viviendo.
En 2007, El Instituto de las Artes Escénicas y Musicales (IAEM) indicó que existían en Venezuela, para ese entonces, 40 agrupaciones circenses distribuidas en 19 estados, las cuales sumaban un total de 2.000 artistas. Actualmente, esa población ha crecido. Desde hace unos años, el IAEM está trabajando en la creación de la Escuela Nacional de Arte Circense (ENAC) que formará a profesionales durante un período de tres años.
Juan Manuel Charadía ya va a terminar su descanso, está esperando a que el semáforo cambie a rojo para seguir haciendo sus malabares durante una o media hora más.

“Me gusta fotografiar más que figurar”

Jhon Pérez, fotógrafo de moda, disfruta esos momentos cuando está en un lugar y aunque la gente no lo conoce, reconocen su nombre y su trabajo. Eso deja ver que su estilo de fotografía (un estilo bastante limpio) es valorado por el público y hasta es inspiración para otros fotógrafos.

Caracas.-  En la casa de Jhon Pérez, fotógrafo de moda, conviven perfectamente la cocina, la sala y un estudio fotográfico que hace años dejó de ser improvisado, pues ha diseñado un mueble para guardar las luces, cámaras, ventiladores, y demás artículos del oficio. En la pared está un “sinfín” sirve de fondo para cientos de ideas. En el centro de la sala-estudio de unos 76m2 hay una mesa de mármol con pequeñas estatuillas de madera tallada que tienen forma de hombrecitos alargados,  justo debajo están unas revistas apiladas. No son revistas seleccionadas al azar, son las revistas en donde ha sido publicado el trabajo fotográfico de Jhon. Más de 50 páginas de sueños logrados están allí para que no sean olvidadas, sólo tomadas como un impulso para seguir creciendo. Colocar los éxitos en ese lugar de la casa se ha convertido en tradición. De hecho, para cumplir con la costumbre, su recién estrenado book de fotógrafo está allí, junto a los demás triunfos.

Una modelo por demás delgada, de tez blanca, cabellos castaños y 1.75 de estatura llega con una maleta llena, mejor dicho, repleta de prendas de vestir  que muestra impaciente a Jhon. La idea es satisfacer el ojo clínico de un fotógrafo que ha invertido horas buscando inspiración en la web, en televisión, en revistas y que, además, tiene la costumbre de enviar referencias fotográficas a las modelos para que sepan qué espera de ellas. Una tarea difícil de cumplir. En una Mac reposan esas ideas, las guarda para saber precisamente cuándo ha superado el trabajo que lo inspiró.

What’s she say, de Jason Derulo, ameniza la jornada, un maquillador, con media cabeza rapada, y la otra mitad con cabellos largos, pantalones y zapatos Converse que alguna vez fueron grises y una camiseta sin mangas color negro, organiza un estuche de maquillaje que parece no tener fondo.

La urbanización de El Llanito, del Municipio Sucre, lo vio crecer. Junto a su abuela, su madre y sus hermanos dio los primeros pasos de la vida. Su padre fue una figura poco prominente, “soy hijo del típico matrimonio latinoamericano”. Recuerda una vez que estaba en el Centro de Caracas con su abuela, ella le compró una pantalla roja donde se colocaba un dibujo en un lado, y aparecía el reflejo en el otro.  Allí nació su amor por el dibujo. “Siempre he dibujado fotografías; de hecho, mi manera de fotografiar antes de tener cámara en mano era a través de mis dibujos”. La modelo no lo puede creer, pero nuestro maquillador estrella no usa aplicadores, utiliza, en su lugar, los dedos. El efecto es impresionante. Su rostro limpio de imperfecciones parece el de una estrella de Hollywood. Se deja ver una fina línea negra en el párpado inferior. Suena Just the way you are de Bruno Mars. Empieza la acción.

Primer cambio. Jhon sube volumen a la música, quizás para dejar que el sonido inspire. Las primeras fotografías son una prueba de luz, pero resultan útiles para entrar en confianza. “Dame todo lo que tienes”, es la frase con la que se inicia la sesión.  La modelo sólo viste panty negra, camisa blanca de hombre y tacones negros.  Quedan registros de una modelo con mucha actitud. “Quédate”, es la clave para capturar de varios ángulos una pose encantadora. Suena Cannibal de Kesha. Nadie pensaría que este fotógrafo es también Administrador. En su closet se encuentran desde camisas de algodón y bermudas hasta ropa de vestir de las marcas más reconocidas. Obviamente, también están las infaltables corbatas de colores para los días de ejecutivo. Como Administrador la ha ido muy bien, ya que desde los inicios del ejercicio de la profesión comenzó a alcanzar las metas: trabajó en Nueva York y en Italia. Para él sólo hace falta un poco de orden para tener dos profesiones. “Suelo ser tan organizado que llevo mi vida en una hoja de Excel”.

Este Administrador desde siempre veía revistas de moda y, sin querer, educó su ojo para lo que venía más adelante: clases de fotografía. “Entré en la moda tras una invitación al concurso Gran Modelo Venezuela, como ya estaba tomando clases de fotografía, pues tomé unas cuantas fotos. Después de unos días, mis fotos gustaron tanto que las publicaron en una revista en Valencia. Poco a poco, la gente fue viendo en mí el talento que tengo”. Suena Papparazzi de Lady Gaga, y la modelo sigue frente a las luces.

El maquillador hace las veces de asistente de fotografía, y ayuda a crear movimiento. Toma la camisa, la lanza, toma el cabello, lo lanza. Con esto, y un ventilador  se logran imágenes llenas de sensaciones entre lo sexual y lo sensual. Cuando la modelo ve los resultados, grita: “qué flaca me veo, qué bella”. Para Jhon Pérez, en Venezuela, a pesar de tener personas con mucho talento  y  tener mujeres y hombres atractivos, se mantiene el prototipo de la Miss y el Misster. Sin embargo, es un esquema que ha ido  cambiando paulatinamente, nos hemos dado cuenta que para resaltar a nivel mundial hay que ampliar la visión y cambiar los estándares. De hecho, empezó su carrera de la mano de diseñadores que están empezando su carrera también y que están abriendo nuevos caminos. Juntos están haciendo el cambio. “Muy pronto eso se empezará a notar -afirma con total seguridad- vamos a estar en un mayor nivel para la competencia”.

Segundo cambio. El “look rock”. Ahora toda de negro y dorado, la modelo con ojos perfectamente maquillados para impactar a quien la mire, está lista para la segunda ráfaga de fotos. Luz tenue para darle drama al concepto y escarcha en el pecho para causar el rebote de la luz, son las dos formulas para que este cambio sea mezcla perfecta entre glamour y rock and roll. Sólo lleva panty y camisa.  De fondo: Only girl in the world de Rihanna. “Me gusta fotografiar más que figurar. Me gusta cuando estoy en un lugar y aunque la gente no me conoce, reconoce mi nombre y mi trabajo. Eso me deja ver que mi estilo de fotografía -un estilo bastante limpio- es valorado por el público y hasta es inspiración para otros fotógrafos”. No en vano, Jhon, es buscado por muchos modelos y actores para tener un registro fotográfico que sirva de curriculum vitae ante los productores.

¿Famoso? Para nada, más bien figura pública. No presume de los 870 seguidores en Twitter, y mucho menos de los casi 5000 amigos en Facebook, para él son sólo personas que quieren saber de su trabajo, no de él.

A principio del año 2.011, se propuso tener en el mes de Junio por lo menos 10 publicaciones.De manera muy crítica, reconoce que, aunque su trabajo había mejorado de manera significativa, no había logrado entrar en las revistas como lo hubiese querido.  Para su sorpresa y la de muchos, ya en Junio había superado las expectativas: más de cuatro portadas, unas 25 páginas enteras con sus fotografías en cinco editoriales y  la campaña de Senos Salud, para el día mundial de la Prevención del Cáncer de Mama, en donde fotografió a Juan Carlos García y las hermanas Braun. Por si esto fuera poco, tuvo el gusto de trabajar con Rudy Rodríguez (en una campaña de valores), Roxana Díaz, Miriam Abreu y hasta Diosa Canales. En este punto y con tantos logros, sólo faltaba una pieza: vallas publicitarias. ¿Quieren una buena noticia? Caracas amaneció en el 2.012 repleta de vallas de Jhon Pérez.

Tercer cambio. La intensidad aumenta. Sólo el maquillaje de tonos negros, verdes y dorados cubre la mitad del rostro, lo demás es actitud. Una vez más el torso desnudo, el concepto busca resaltar los rasgos de la modelo y el acabado del maquillaje. Un trabajo minucioso de luces, resalta el esqueleto. Una producción que puede llegar a ser milmillonaria en algunos países, se hace en este modesto estudio-casa con cuatro talentosas manos. Burlesque de Cristina Aguilera, pone la nota musical.

Con un poco de creatividad, Jhon   Pérez y el maquillador utilizan silicón líquido para lograr el efecto de la saliva. La modelo frente al lente no luce complacida, el maquillador sugiere: “no con cara de asco, más glam”. Ante esta instrucción la modelo sube la intensidad en la mirada. Jhon, que también ha incursionado en el medio artístico como actor afirma que estudiar en Milán es su próxima meta. Aunque habla muy poco de sus proyectos futuros no dudó en compartir que existe la posibilidad de que sus fotografías sean publicadas en el exterior. Sin duda, el próximo paso es la internacionalización. “Lo importante en la vida es siempre soñar. Alcanzar un sueño,  soñar otro”.

Cuarto y último cambio. Un concepto lleno de color que tomó más de dos horas elaborar. El maquillaje tuvo como protagonistas tonos rosados, verdes, plateados, y el infaltable negro. Esta vez,  hubo un invitado especial: plumas. Se consiguió un rostro de terciopelo, con colores vivos y presencia de plumas en la mitad del rostro. Suena My Girls de Christina Aguilera. Jhon exige perfiles para capturar el maquillaje y giros para registrar el movimiento del vestuario. Ambas iniciativas alcanzan el nivel de editorial de moda. Nuestra modelo, tras tantos cambios de maquillaje, ya tiene los ojos rojos; el maquillador bosteza, y Jhon continúa al máximo de su rendimiento tras el lente. No hay cansancio.

Por Jhoraisi Peña

Agradecimientos a :

Jhon Pérez

Michelle Gonrod (Modelo)

Jesús Palencia (Maquillador)

95 años cargados de sueños cumplidos

Agustín Peinate nos cuenta sobre su humilde vida rural

95 años cargados de sueños cumplidos

Por: Jesús Prieto

Entre la sencillez, humildad, respeto y nobleza, Agustín Peinate es un hombre catalogado por los habitantes de Carayaca como un ícono histórico y emblemático, consideró trabajar desde muy temprana edad para llevar el sustento económico a su casa y  esto lo impulso a ser quien es actualmente a sus 95 años de edad

Son las once de la mañana de un día domingo de esos lluviosos del pueblo de Carayaca, se escuchan las gotas de agua sobre el techo de zinc. El señor Agustín está sentado en una viaja silla en el fondo de su casa, a su lado una pila de periódicos, cinco gatos que nos rodean, uno de ellos se sube al equipo de sonido. Al entrar me quedó mirando fijamente y me dijo: “¡Carámba capitán de navío! Pase adelante y siéntese”. Me dio un fuerte apretón de manos y comenzó hablar sobre la historia política de Venezuela.

Agustín lleva sus 95 años viviendo en Carayaca, pueblo montañoso que conforma las 10 parroquias del estado Vargas. Desde pequeño se formó bajo las enseñanzas de su madre, por quien conserva un gran valor, pues fue quien inculcó en él la importancia del trabajo para subsistir. “Cuando mi madre iba a recolectar café, me daba un perolito y me decía que agarrara los maduros”. Al recordar esto, sube la mirada, se pasa las manos por la cara y me dice: “mi vida fue muy miserable. Como se lo difícil que es la miseria, conservo el humanismo y doy a otros lo que puedo.”

Nació en Carayaca el 5 de mayo de 1916, mientras baja a uno de los gatos de la mesa,  me dice que el pueblo para aquella época era una montaña cubierta por todas partes y muy rara vez podían ver el sol, era un clima lluvioso los 12 meses del año. Agustín recuerda una Carayaca rural, donde no existían calles sino caminos y trochas que hacían para que pasaran las bestias. Considera  que las condiciones en la que vivía eran infrahumanas. “Yo conocí a personas que se vestían de pieles de animales, el cuero de un chivo, de un venado, lo agarraban y se lo ponían, mucha gente dormía bajo una roca, con unas hojas de cambures.”

Para los años 1933 y 1934, Agustín trabajó como cafetero en la hacienda El Limón en Carayaca, bajo las riendas de Alfredo Jahn, el tercer terrateniente en la Venezuela gomecista. “El primer par de zapatos que yo compre me lo gane en tanques de café, porque no tenía la manera de comprarlos. A veces ni las alpargatas las podía comprar, antes andaba por las calles con el pie en el suelo.”Le llama mucho la atención el grabado, lo toca y desliza sobre la mesa. “Mire joven, yo me puse zapatos a los 20 años ¡por primera vez! Era tan crítica la situación que utilizaba un par de alpargatas, una vez al año, en ocasiones especiales”.

Dedicó su juventud plenamente a trabajar, a mantenerse en un oficio para llevar comida a su casa. Arriaba bestias desde Naiguatá hasta Macuto trasportando alimentos. Me mira fijamente a los ojos y dice con una voz un poco firme: “Yo conozco la vida rural del país, todo lo que haya que hacer yo lo sé”

“He pasado mucho trabajo en mi vida”, se remanga su chaqueta y coloca la mano izquierda encima de la mesa y me dice: “Toque aquí mijo-señalando el costado de la mano- aquí conservo una espina de una mata de cují”, desde el año 1936, cuando estaba cortando matas para hacer espacio para la construcción de la carretera de Carayaca, con un machete le dio a un árbol de cuji, se le enterró la espina y no se la pudieron sacar.

Junta sus manos un poco temblorosas y con la mirada perdida confiesa que ha tenido ocho accidentes en su vida. Se estremece en la silla mientras recuerda uno de ellos, el 5 de julio de 1959, cuando bajaba por la carretera de Carayaca y se volcó el automóvil donde viajaba. No lo pudieron atender en el hospital Periférico de Pariata y lo trasladaron a Caracas. “estaba tan grave que no veía ni oía, ¡yo estaba muerto!” Este señor de 95 años pudo sobrevivir a todos los accidentes y dijo con gran optimismo: “vida que Dios da no la quita nadie” y “todo mal tiene su cura” seguido por una fuerte sonrisa.

Señor Agustín, ¿cuénteme por qué usted casi no sale de Carayaca? ¿Tiene algo que ver los accidentes que ha tenido?  Se sorprende, baja la mirada, se mira las manos y responde: “ No, no salgo del pueblo porque creo que es un asunto de amor, he tenido oportunidades de irme a otros sitios como a San Juaquin ,pero yo no podía salir de aquí, de paso que ya estaba casado”.

La última vez que Agustín salió de Carayaca fue hace dos años, viajó junto a su hija a Caripe estado Monagas, para asistir a un matrimonio, pero con todos los sitios bonitos que tiene Venezuela se queda con su pueblo Carayaca.

Con todo el sentimiento que tiene por Carayaca, puede decir que conserva una gran tristeza y dolor por lo que ha visto que han  hecho con el pueblo.  “Para los años 30 fue el primer valuarte en producción agrícola del país y hoy siento que una familia ya de tercera generación ignoran lo que yo viví e hice por esto.” Dice mostrando un tono de paciencia y a la vez de indignación. Agustín ha impulsado obras que para Carayaca  son un progreso como: escuelas, teléfonos. Se acomoda en la silla, enrolla un periódico y dice: Fue como arar en el mar y construir en el espacio”.

Con la seriedad que puede demostrar un caballero, me dice: “Yo me casé a los 31 años y de 31 años para acá, está hecho lo que está hecho” se casó  el 27 de diciembre de 1947 con la señora Carmen, mujer que considera su primer y único amor. ¿Cómo usted conoció a la señora Carmen? La conocí toda mi vida- dijo con una gran sonrisa – ella vivía en una planta donde yo llevaba bestias, de repente el amor llegó a pesar de que yo tenía algunas noviecitas por allí” bajó la mirada.

El y la señora Carmen son padres de tres hijos: Agustín, Carmen Beatriz y Carmen Helena y expresa con orgullo que en el pueblo de Carayaca no hay un hogar tan sólido como el de ellos.

El trabajo que más lo marcó e inspiró, es el que hoy todavía ejerce: la panadería. Comenzó a trabajar en panaderías de pueblo desde los 13 años, cuando trabajaba para ganarse el pan y los dulces que sobraban y llevarlos a su casa. Hoy en día todavía se siente con ánimo a seguir preparando los panes y dulces, suele decirle a su hijo Agustín (quien trabaja con él en su panadería ubicada en el sótano de su casa) que tiene más ánimo que él. “Señala hacia abajo y dice: “Le debo a ésta panadería mi casa y el progreso económico de toda mi familia”.

Durante nuestra conversación, habló mucho sobre la historia del país. Agustín es un hombre, que a pesar de llevar una vida rural en un pueblo, es un hombre sumamente culto, quien demuestra que se mantiene informado. Mientras buscaba en la pila de periódicos, dijo que le gustaba leer El Universal y El Nacional, ya que son periódicos muy divulgativos, ilustrativos y no son periódicos conservadores. “Me gusta estar informado con varios periódicos para hacer un análisis”. Siempre mostró interés por la prensa e inculcó en su nieta hábitos de lecturas.

Levanta uno de sus pies, me muestra su zapato y lo suena, para que note que están forrados con cartón, al momento que me dice: “A mí no me gusta figurar porque me he formado de esa manera, creo que por gritar más no logramos nada, todos somos iguales. Tener el mejor traje es un negocio que tienen las empresa”.

En sus 95 años de vida, considera que lo mas especial e importante que tiene es ver a su familia toda encaminada hacia un mejor vivir y siente mucho orgullo porque toda su familia está a su alrededor, tres hijos y cuatro nietos. Señala a su hija quien está en la cocina y me dice: “todos ellos son mi sangre compartida con la de mi mujer, aquí nacieron todos, aquí se formaron. El que esta más lejos está más cerca porque yo la tengo siempre en la mente. Eso ha sido para mí una gran satisfacción, es un orgullo.

¿A quién agradece sus 95 años de vida? “A mi forma de ser, de vivir, de compartir, de saber pensar que la vida es el único elemento que existe para uno reconfortarse, no existe más nada y eso es lo que yo deseo tener y seguir viviendo”.

Agustín Peinate dice que su mayor sueño se cumplió, al haber realizado la vida por voluntad. “aventura que yo siempre he tenido en mi vida es el querer ser”. Asimismo con una gran emoción reflejada en su rostro agregó: “Cuando tú no tienes nada y empiezas a tener un esfuerzo, tu solo por intuición, dices yo no tengo zapatos pero voy a reunir. Tú te acostumbras hacer esfuerzos en la vida para tener algo”.


La bailarina y docente naiguatareña, Inés Longa, lleva la cultura en sus venas

Maru: Entre triunfos, bailes e ilusiones

Desde hace más de treinta años la directora de Danzas Naiguatá vive en una lucha constante por dividir el tiempo entre sus dos profesiones, la familia y el descanso. La artista popular ha dejado el nombre de su parroquia en alto en distintos estados del país

Por Eileen Rada

 En la mesa principal no hay floreros, ni fotos de familiares en las paredes. El espacio es ocupado por triunfos plasmados en trofeos. Treinta y dos placas relucientes, once estatuillas brillantes y unas cuantas medallas engalanan la estancia. Hace más de treinta años Inés María incursionó, por casualidad, en el oficio  que con el tiempo se convirtió en su primer amor: la danza.

Trabajo, trabajo y más trabajo. Así es la rutina diaria Inés María Longa, conocida popularmente como “Maru”, quien comparte su tiempo entre el baile, la docencia, los viajes y su familia. Es directora de las “Danzas Naiguatá”, profesora de educación física y Vicepresidenta de la Junta “Glorias a Vargas”, fundación que organiza cada año el desfile en honor a José María Vargas. Sin embargo, Longa no titubea al afirmar que la danza es el oficio que más disfruta.

En el pueblo de Naiguatá es casi imposible no haber oído su nombre, pero pocos conocen la historia que su seudónimo esconde. María Eugenia fue el nombre de la primera hija de sus padres, quien murió con tan solo diez meses de nacida. Neftalí Longa y Alejandrina Hernández –sus padres- quisieron darle el mismo nombre de su hermana fallecida, pero su  llegada al mundo, el 21 de enero de 1958, coincidió con el día de Santa Inés, por lo que decidieron nombrarla Inés María. “Mi mamá comenzó a llamarme Maru por el recuerdo de su primera hija”, cuenta.

Por las venas de Inés María corre la pasión por el baile, el deporte, la cultura y el amor por las tradiciones de su pueblo natal. La ilusión de Maru siempre fue dedicarse a la educación física y la danza apareció en el camino. Al transcurrir el tiempo, cuando contaba con  dieciocho años y un título de Bachiller Docente en mano, comenzó a interesarse por el baile. La inquietud siempre estuvo allí, pero fue gracias a Servilia y Antonia González  que Maru decidió formar su propia agrupación en 1981.

Su formación académica y artística se forjó en la Unidad Educativa “Nuestra Señora de Coromoto”, Liceo “Juan José Mendoza”, Instituto “Miguel Antonio Caro” y el Instituto Pedagógico de Caracas. Formó parte de los grupos de danzas “Teresa Carreño”, “Ditirambo” y ha participado junto a las danzas de Yolanda Moreno en distintos festivales.

Nelson Figueredo, Manuel Montañez, Alfonso Velázquez, Ibrahim Barrios, Yolanda Moreno y Mery Cortéz son sólo algunas de las personas que han formado parte  importante en la vida de Longa. “A Yolanda Moreno la conocí en el año 1985  en un bazar navideño en el Club Puerto Azul y hasta ahora mantengo comunicación con ella”.

El profesor Manuel Montañez, conocido bailarín de la parroquia, considera a Inés María Longa como parte de su familia. La define en una sola palabra como una persona “especial”. “Maru y yo tenemos veintisiete de años de amistad. Ella no es sólo mi amiga, es mi hermana y mi comadre. Es una persona excelente, trabajadora, humilde y siempre está dispuesta a escuchar”, asegura Montañez.

Su familia también fue un importante pilar en su vida personal y profesional. Desde siempre contó con el apoyo de sus padres y hermanos, aunque confiesa que mantuvo una relación de mucho respeto con su padre, quien murió hace treinta años. Neftalí Longa fue un destacado político de Naiguatá, uno de los fundadores de la Junta “Glorias a Vargas” y militante de algunos partidos de centro izquierda, como la Unión Republicana Democrática. “Él era un señor muy serio y muy estricto con nosotros”, comenta Inés María, con cierta aspereza, mientras se remonta al pasado.

De la relación con sus padres, Longa desea transferir los valores de respeto y responsabilidad a su hijo, Jorge Luis Ortega, quien hoy tiene 20 años y es estudiante de cuarto semestre de Comunicación Social en la Universidad Católica Santa Rosa.

Maru y la tradición de Naiguatá

Naiguatá es un pueblo muy alegre y lleno de tradiciones. Los ojos de Maru se iluminan con sólo oírlo nombrar y asegura que es el mejor pueblo del país. “Ser naiguatareño es disfrutar de la parroquia, vivir el momento, saberla llevar, sentirla y disfrutar de lo mejor que tenemos: su turismo, cultura e historia”, comenta, entusiasmada.

Son incontables los concursos, tanto regionales como nacionales, en los que Danzas Naiguatá ha representado a la parroquia. El más reciente fue el Festival Nacional Mango y Merey, que se realizó a mediados de 2011 en el estado Anzoátegui.  Maru y su agrupación se convirtieron en ganadoras de todas las estatuillas del género tradicional y ocuparon el segundo lugar en danza nacionalista, contemporánea, pop y urbana. Por otra parte, en el año 2008, ganaron cinco trofeos en el reglón tradicional en un festival realizado en El Vigía, estado Mérida.

Maru disfruta a plenitud de los encuentros y festivales. “Me gusta llevar lo nuestro, lo tradicional y lo autóctono de mi parroquia. Desde el tambor, la parranda o las fulías”, comenta, mientras su mirada pasea por las brillantes estatuillas que reposan en una repisa de su sala.

Además de la danza, Longa participa activamente en la organización anual del desfile en honor a José María Vargas y del día de la mujer en el pueblo de Naiguatá, organizado por la Junta “Glorias a Vargas”.

Visionaria de realidades

“Yo vivo mucho de ilusión y muero de desengaños”, dice Maru, en tono de chiste endulzado con melancolía, pero son más los logros que las desilusiones. En el año 2010, Danzas Naiguatá recibió a Dayana Mendoza y Estefanía Fernández, Miss Universo 2009 y 2010. “Cuando era muy joven y Bárbara Palacios fue reina, yo siempre pensaba que quería tener un triunfo así, pero no como reina. Yo me veía como recibiendo a alguien y lo logré”. También tuvieron la oportunidad de representar a Vargas en el marco de la celebración de los doscientos años de la Independencia de Venezuela. La conmemoración se realizó en Los Próceres en julio de 2011.

 

La otra cara de Inés María Longa

  • Placeres: Descansar, viajar y conversar con su hijo en su tiempo libre.
  • Defectos: no poder decir que no cuando le piden favores.
  • Si no fuera bailarina sería: entrenadora de Voleibol.
  • Bailarines que admira: Marbelis Flores, Rosangel Castro, Lissette León, Astrid Aguilera, Ingrid Colina, Yolanda Moreno, Maryorie Flores y Mery Cortez.
  • Sus mayores logros: participar en los juegos deportivos del estado Cojedes como representante del estado Vargas y recibir a las reinas en el aeropuerto junto a su grupo de danza.
  • Metas a futuro: conseguir un transporte propio para su agrupación y salir al extranjero con Danzas Naiguatá.

“Nunca pensé en ponerme a estudiar”

ENTREVISTA| Juan Alberto Muñiz, artesano de origen argentino

Juan Alberto Muñiz

 

A los 8 años se fue de su casa en La Patagonia, desde su adolescencia inició un recorrido por Latinoamérica y hace dos meses llegó a Venezuela. Se creó un patrón de vida distinto, jamás pensó en en ser doctor ni ingeniero, sabía que su destino estaba recorriendo el mundo mostrando su arte y viviendo día a día.

 

        La calzada empedrada del boulevard de Sabana Grande abre espacio a la Calle San Antonio, mejor conocida como “el callejón de las puñaladas”. Las paredes revestidas de dibujos coloridos enmarcan el tipo de vida que “habita” en ese lugar, donde la artesanía no tiene fronteras y la venta de droga no tiene distinción de clases. A cada lado se aglutinan, con sus respectivos muestrarios, figuras de diversa procedencia unidas por el mismo estilo bohemio. Uno de ellos es un argentino llamado Juan Alberto Muñiz.

            Un pan canilla es rellenado por sus manos morenas, tres lonjas de mortadela son introducidas groseramente a la pieza de pan. El producto final es cortado a la mitad y unos dientes amarillentos arrancan el primer bocado. Una pelota de masa se une con la saliva mientras el joven conversa amenamente con su vecino. Dos personas entran al callejón y Juan, con un nuevo bocado de pan a medio digerir y un marcado acento argentino,  intenta llamarles la atención sin éxito.

            Accedió a responder unas preguntas a cambio de una colaboración: la compra de unos zarcillos, 30 bolívares fue el costo. “Siempre supe que me iría de mi casa”, afirma como si nada el joven argentino. Le pasa un pedazo de pan a Yunco, su compañera de vieja y un paquete con polvo blanco es intercambiado por dinero detrás de ellos. Una brisa trae consigo un olor a rancio, a viejo. De su infancia en La Patagonia recuerda nostálgicamente el pescar y los juegos con sus hermanos, su familia es numerosa y en su niñez la situación económica en casa no era favorable. “Somos 12 hermanos nosotros, una familia grande. No alcanzaban los abrazos, los besos y demás. Me fui a los 8 años a vagar por mi pueblo”. A los 12 años regresó a su casa y dos años después aprendió artesanía de una amiga de su padre. En argentina dice que dejó a las personas que lo aman, sus hermanos principalmente y luego a sus padres, “no porque ahora sea más grande los dejo de querer”, enfatiza. El cariño que le faltó en su hogar, que lo impulsó a abandonarlo, lo encontró en el mismo lugar algún tiempo después.

Con miradas nerviosas evade preguntas de su infancia, ríe y se pone a hablar con alguien más. Su mirada se mantuvo fijada al suelo por largo rato en silencio. Con sus manos acomoda la gorra que le cubre un cabello enmarañado, a lo lejos alguien grita “viene el agua”. Una mujer de mediana edad le compra un par de pulseras y Juan le besa la mano. Agradece la compra y asoma una sonrisa llena de picardía. “¿No andás buscando un novio argentino?”.

            Consigo trajo sus malabares y artesanía. Cuando llegó a Venezuela se encontró dinero en una plaza de Maracaibo: “El primer día me fue rebien, me encontré 70 bolos en una plaza, el lugar me estaba recibiendo o eso calculo yo por la lectura que hago”, comenta alegremente como una anécdota de bienvenida al país. Otra anécdota es un viaje de Maracaibo a Mérida que hizo con un chileno residenciado en Venezuela desde hace 20 años. A sus cortos 24 años ha visitado Paraguay, Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela.

            Después de haber visitado una gran parte de Suramérica, Juan considera que ayuda al crecimiento personal: “No se si hay uno mejor, cada país tiene su historia, su cultura, su atractivo ¿me entendés?; me gustan todos los países por su forma de ser, porque aprendés a vivir de una forma que en tu país no se vive normalmente”.

            “Venezuela esta como más estable, no se siente tanto la pobreza sino que la gente puede tener la libertad de que le guste una artesanía que vos hacés y comprarselá. En Colombia la gente anda con su dinero muy justo, no es como aquí que alguien te puede ver y dice ‘puta, hoy tengo ganas de hacer una obra de caridá’, el no va a usar la pulsera que te va a comprar pero te va a dejar su plata ¿me entendés?”, explicó sobre la diferencias que se ha conseguido a lo largo de su viaje.

            Dentro de sus patrones de vida las aspiraciones y metas no son dirigidas hacia un futuro lejano, sino que van enfocadas al día a día, en sí pudo vender algún artículo de su producción para adquirir alimentos o conseguir un lugar en donde pasar la noche. Por la cabeza de Juan nunca estuvo presente la idea de formarse como profesional en alguna área académica. “Yo sabia de pequeño dos cosas, que me iba a ir desde pequeño y que me iba a poner a viajar. Nunca pensé en ponerme a estudiar, solo en oficios que te ayuden a salir de la marcha. Que puedas tocar la puerta y decir: ¿señora será que vos necesitás que le haga algo? Y que colaboren con un plato de comida o plata para continuar mi viaje”, confesó mientras recogía sus lonas con artesanía.

            Juan, a quién conocen como “el argentino en el callejón, mantiene que la artesanía significa libertad; esta separada de los sistemas económicos e ideológicos porque se vive con lo poco que se puede vender. Reflexiona sobre la espiritualidad diciendo que el tener mucho dinero te roba un poco del alma, cuando se pasa trabajo aprecias más las cosas y vives en paz con el Dios en el que creas.

            Como tiene una filosofía de vida minimalista, considera que por ser artesano se le facilita viajar constantemente sin necesidad de tener una cuenta bancaria: “Si tenés mucho puede ser que se te haga bien, pero hay gente que vive como yo vivo con esto, como todos los días y si tengo que pagar un lugar por ahí, lo pago”. Asimismo, Juan agrega que no todos los días son buenos y no todos los días le traen lo suficiente para comer por eso a veces viaja en el metro para vender o hace trueques con negocios a cambio de alimento.

            En argentina visitó muchos templos de varias religiones. Para él, tener algo en que creer le da la fuerza para continuar cuando siente que ya no puede; la tolerancia y respeto son sus banderas en cada país que visita porque es una oportunidad nueva para aprender y conocer otros dioses. Juan comulga con su Dios a través de placeres como un porro de marihuana. “Cuando fumás marihuana sentís que volás altísimo, estás más cerca del cielo y te sentís al lado de tu Dios”, revela mientras prepara la pipa.

            A eso de las 5:00pm, Juan y Yunco recogen su arte y el poco pan que les quedó. Para tomarle una foto, el precio fue la compra de otros zarcillos. Juan se monta su mochila al hombro y dice que con ese dinero no dormirá hoy en la calle. Sale brincando y corriendo por el callejón mientras grita: “hasta mañana putas”.

Andrea Ramírez

C.I. 20.155.604

Educar: el mayor de los tesoros

Gloria Amaya, docente de educación media, diversificada y universitaria,             comparte su vida entre su familia, el control del cáncer de seno que padece                hace cinco años y la labor que considera su fuente de luz: la enseñanza.

Al cielorraso del salón de clases le falta una de las planchas de relleno, y el orificio que queda en su lugar deja ver parte del cableado improvisado. Los alumnos de séptimo grado están sentados en sus puestos, mientras afuera llueve con fuerza. Adentro, la Profesora Gloria Amaya da inicio a la clase de Educación Artística.

El salón de séptimo grado se mantiene en silencio durante la media hora de clases. La presencia, de contextura gruesa, un poco más de un metro setenta y la voz fuerte, se hacen sentir: los jóvenes obedecen con respeto, y en algunos casos con algo de miedo. Para la profesora, el respeto es fundamental, y parte de su experiencia de vida. “Realmente es la formación que yo recibí, y parte también de mi personalidad”.

Aún así, hay otra cara en la vida de Amaya, que sus alumnos y compañeros de trabajo conocen, pero no comentan demasiado: la profesora es una de las 3380 mujeres que fueron diagnosticadas con cáncer de seno en el año 2006.

Dice que se enteró casi por accidente, pues la enfermera le entregó los exámenes con el diagnóstico antes de hablar con su médico. “Es fuerte recibir una noticia de esa manera, pero cuando se ha crecido espiritualmente, cuando se tiene un gran crecimiento emocional, y un gran crecimiento intelectual se superan todos los obstáculos que la vida te pueda dar.”

Tiene casi 60 años, pero no ha tenido hijos. Pudo detectar las células cancerosas a tiempo para tratarlas, pero lo mismo no ocurrió con las 1425 mujeres que en 2005 fallecieron, pues no supieron a tiempo que factores como la edad, la falta de embarazos, el uso prolongado de hormonas o historiales familiares de cáncer, son sólo algunos de los factores de riesgo para contraer cáncer de seno.

Educar

La rutina de Amaya no parece muy afectada por su enfermedad. Todos los días sale a las cinco de la mañana de Catia La Mar, para llegar a las siete a la UNEFA, en Chuao, o al Instituto Pedagógico Monseñor Rafael Arias, dependiendo del día de la semana. A mediodía vuelve al estado Vargas, donde da clases en el Colegio Virgen del Valle. Al salir, asiste a la Aldea de la Misión Sucre, o a la Universidad Marítima del Caribe, donde también enseña, y sale cerca de las 8 de la noche. “Como verás, es todo un entretenimiento”, afirma con una sonrisa.

Al inicio de la clase, pregunta: “¿Cuál es el menú de hoy?”, a una de sus alumnas, refiriéndose a la pauta de evaluaciones. La muchacha niega con la cabeza, intimidada. ¿Ninguno?, pregunta Amaya, antes de agregar que “el chismoso” —como apoda a su libreta de control de notas— no le dice lo mismo.

Alumno por alumno, los nombra, a fin de que entreguen las evaluaciones atrasadas. Nombra a Krisbel, una niña de entre 12 y 13 años, que con la mirada baja niega con la cabeza, en señal de que no entregará la asignación. “¿Sabe que perdió la nota, verdad? Porque el viernes me dijo que no la hizo.” La muchacha asiente sin decir una palabra. La profesora anota la falta en “el chismoso”.

De las frustraciones de la educación, dice que no ha tenido ninguna. “Momentos de desaliento, de tristeza, de rabia, sí, algunas veces, pero por cosas que pasan, que yo las tomo como experiencias de vida. Decir que hay una insatisfacción o una frustración, no la hay, en ningún momento ha existido.”

A su vez, afirma que su trabajo está lleno de satisfacciones: “saber que estoy construyendo poco a poco, en cada uno de ellos, esa gran montaña que se llama revolución, o mejor dicho: Venezuela en evolución con una revolución. Me da una gran alegría el hecho de saber de mis exalumnos  que están graduados, otros ya tienen su profesión, otros que están en vías.”

Para Gloria Amaya, sus alumnos “son como esa piedra, esa materia que llega virgen,  bruta al escultor, y que él va haciendo de ella  su obra de arte.”

Familia y Apoyo

Por otro lado, los fines de semana, los dedica a su familia. “Con mi esposo, mi hija (que es la hija de él), mi nieta (la niña de ella), o a veces cuando tengo que realizar actividades de la universidad o del Colegio Virgen del Valle las hago”, aunque advierte que evita mezclar su vida profesional con la personal, para mantener el equilibrio.

Su familia ha sido su principal apoyo durante los casi seis años que ha vivido con el cáncer de mama, una enfermedad que, en Venezuela, es la segunda causa de muerte en mujeres, sólo después de las enfermedades cardíacas. Para Amaya, no hay muchos cambios: “Sigo siendo la misma. Hace poco me dijeron: usted es un roble. Y esa es la idea, pero para bien.”

A mitad de la clase, entra una de las empleadas del plantel, preguntando por los alumnos que viven en el sector Marapa Piache. Sólo una niña levanta la mano, dice que vive en un sector cercano a ese. La lluvia desbordó el río, y el área donde vive la niña ha quedado incomunicada. La profesora le da permiso para retirarse con humor: “baja y busca la manera de que te vengan a rescatar. Sea en helicóptero, barco, chalana, lanchita…”

Sobre su país, habla con mucho orgullo: “Veo a Venezuela como un país que está evolucionando, le falta mucho, sí, y de nosotros y ustedes (los jóvenes) va a depender que dejemos de ser un país subdesarrollado para pasar a ser un país totalmente desarrollado.”

A la interrogante de qué le hace falta a Venezuela para lograr el desarrollo, responde que el venezolano necesita identificarse con su país, y para ello encuentra necesario ahondar en el patriotismo. La profesora Amaya comparte los ideales del gobierno actual, y expresa su fe en un nuevo proyecto de país, especialmente en la educación: “ya no queremos a un alumno repetitivo, al alumno que se le marcaban las conductas, se le marcaba qué tenía que hacer, sino que es el ser humano, el alumno que queremos que sea pensante, reflexivo, crítico, pero para construir.”

La familia, la educación y la fe son tres fundamentos, que la han ayudado a seguir adelante en los momentos más duros. “yo le di gracias a Dios porque me dio una nueva oportunidad de vida. Yo dije que ese día (el del diagnóstico) volví a nacer. De hecho, han transcurrido ya varios años, y la he ido superando, me he sometido a ciertos tratamientos, estoy en control. Yo no puedo de asistir. Pero cada día que amanece para mí es un día, es un nuevo nacer, es un agradecerle a Dios. El hecho de saberme paciente de cáncer me da más ímpetus, me da más fuerzas para seguir adelante, para seguir creyendo en la vida, y para seguir con los deseos de seguir dando clases y seguir con mi profesión, porque la educación para mí es el mayor de los tesoros, y eso me alimenta, me da salud, me da luz.”