Nicola Di Teodoro: El hacedor de historias

ENTREVISTA – El escritor cuenta sus inicios en el mundo de la literatura

Nicola Di Teodoro: El hacedor de historias

Nicola Di Teodoro es conocido en La Victoria por sus ingeniosas obras literarias. Proveniente de la región italiana de Abruzzo, ha contribuido con la formación y preservación de la identidad y la memoria histórica-cultural de esta ciudad aragüeña a través de la serie de libros llamada Estampas Victorianas

Di Teodoro resalta que la juventud debe buscar un punto de equilibrio entre el uso de Internet y la lectura de libros. (Foto: Adelina Dragotta)

 Autora: Adelina Dragotta Guerrieri (Twitter: @AdeDragotta)

      Entre tantas casas de ladrillos anaranjados, típica monotonía de una urbanización moderna en La Victoria, se distingue una por su nombre: “Paese mio”. Tres cuadros con paisajes de Abruzzo y tres más que tratan sobre “Il pane”, “La pasta” y “La frutta” decoran las paredes de madera del comedor. Dos estantes llenos de libros pueden divisarse al lado del bar, junto a una máquina de escribir. Es innegable que Nicola Di Teodoro Di Fazio siente nostalgia por su tierra natal y que le apasiona la literatura.

      Nace el 15 de diciembre de 1937 en un pueblo italiano llamado Loreto Aprutino. Hombre de mediana estatura; ojos color miel; cabello grisáceo, casi calvo.

      “Yo no viví mi infancia. Estuvo interrumpida por la separación”, repite cada vez que habla sobre su pasado. Su niñez está marcada por la partida de su padre y de su única hermana quienes en busca de mejores condiciones de vida, emigraron a Venezuela después de la Segunda Guerra Mundial. Nicola se había quedado en Italia, al igual que su madre. Sin embargo, los dos tampoco vivían juntos: cursó sus estudios secundarios en el Instituto Montfortano de la ciudad de Bérgamo, ubicado a 600 kilómetros de su hogar.

      Fue en el año 1956 cuando se reencuentra con el resto de su familia: “Emigré a Venezuela cuando tenía 19 años. Regresando de vacaciones a mi casa, mi mamá estaba preparando maletas para venir a encontrarse con mi papá y me dijo: “¿Por qué no te vienes? A ver si allá puedes conseguir una reválida”. Pero llegué aquí y ni conseguí reválida, ni regresé a Italia. Me quedé y en 1962 me nacionalicé”.

      Esa soledad que caracteriza gran parte de su niñez y juventud, hoy no es más que una carga dolorosa que se aliviana con la presencia de la familia que, sin imaginarlo, formó en este país ajeno. Su esposa, Sol Ontiveros, siempre está en la casa pendiente de él: “Llevamos 49 años de casados. Siempre andaba de buenas. Ahora, se pone de mal humor rapidito, sobre todo si le recuerdo que no puede comer tal cosa porque le sube el azúcar. Le digo: “Nicola, es por tu bien”.

      Para despejar su mente y liberarse del estrés, Sol pinta cuadros, adornos de madera y platos de cerámica. Las paredes verdes de la sala están llenas de sus obras: desde paisajes nevados hasta flores de distintas tonalidades.

      Diariamente, ella y Nicola se toman su café matutino con sus dos hijas: Yuri, la mayor; y Dinorah, la tercera de los cuatro hermanos. Sus otros dos hijos, Nicolás y Gabriel, no viven en La Victoria, por lo que no los visitan con tanta frecuencia. En las tardes, siempre reciben la visita de algunos de sus seis nietos. No hay lugar para la soledad en el presente de Nicola.

Más que un hobbie, una vocación

      Estudiar en una universidad en Italia era costoso, sobre todo durante la época de la postguerra. Cuando Nicola Di Teodoro llegó a Venezuela, tampoco pudo acceder a la educación superior porque nunca le llegaron los papeles que avalaban sus estudios de primaria y secundaria. Para ampliar sus conocimientos en matemática, literatura, inglés e historia, logró recibir clases de manera privada en el Instituto de Arte y Oficio de La Victoria, ciudad en la que se ha erradicado desde que emigró.

      A pesar de que nunca intentó visualizar su futuro como profesional por falta de motivación ante lo vivido durante su infancia, catalogada por él como un trauma de su pasado, Nicola asegura que desde pequeño tuvo inclinación por la escritura. “Para escritor sí tenía vocación. Escribía para la revista del colegio en donde estudiaba. En segundo año, me gané el primer premio de las materias ciencia y literatura del año”, señala con orgullo.

      Asimismo, manifiesta que cuando llegó a esta ciudad aragüeña sólo escribía para aprender y practicar el castellano. “Yo lo tenía como un hobbie, pero poco a poco fui madurando y como recibía muy buenas críticas de mis amigos, empecé a hilvanar la escritura de un libro”.

      Con casi 74 años y una memoria de adolescente, Di Teodoro recuerda fielmente su inicio formal como escritor. Cuenta que un día fue a una librería de renombre en La Victoria a comprar una obra de teatro (le encanta leer este tipo de libros). Con el tiempo, se hizo muy cercano al dueño del establecimiento con el que no sólo compartía el gusto por la lectura y la escritura, sino también la experiencia de ser un inmigrante. El español de la librería le comentó que estaba iniciando un periódico, El Provinciano, y que si quería ser uno de sus colaboradores. “¿Cómo te voy a ayudar si yo medio hablo castellano? No, no, no”, fue lo que le respondió Nicola súbitamente.

      No se atrevió a aceptar el trabajo que le había ofrecido su nuevo amigo hasta que en 1965 escribió un artículo sobre la muerte de su vecino, el maestro de los toreros Girón. “Fue mi primer artículo. Resalté lo irónica que es la vida: un hombre que odiaba los carros y murió en un accidente de tránsito. Recibí muchísimas felicitaciones por el artículo y de ahí comencé a colaborar con el periódico”. Su desenvolvimiento como columnista en El Provinciano resultó ser tan eficiente que en 1972 le otorgaron el Premio Municipal de Periodismo Diego Hurtado.

      Igualmente, colaboró con los periódicos El Aragüeño, El Carabobeño, y con la revista Novedades; y fue miembro redactor de la Rivista Incontri que le daba voz a las familias italianas inmigrantes residenciadas en Venezuela.

      En 1973, motivado por la satisfacción de su trabajo en la prensa, publica su primera obra en castellano titulada “Una extraña aventura”. Sin embargo, fue en 1991 cuando escribe su libro más significativo por ser prácticamente una autobiografía: Ángelo, el inmigrante triste. “Narra mi experiencia y ese trauma que a uno le queda cuando se va de una patria a otra […] Ese libro se publicó aquí y dos años después, la región de Abruzzo a través de la Asociación Nacional de Familias Emigrantes (ANFE), lo tomó como una obra de gran interés para que la juventud italiana entendiera el fenómeno de la emigración”.

      Cada mañana se sienta con su máquina de escribir (que la prefiere mil veces por sobre su computadora) a trabajar en el quinto volumen de su mayor éxito. “Tuve la suerte de escribir Estampas Victorianas en 1980. He escrito cuatro volúmenes de ese libro y ahorita estoy trabajando en el quinto. Han sido bien pensados y planificados”, dice con gran satisfacción, ya que afirma que han gustado mucho al tratar sobre lugares interesantes y personajes característicos de La Victoria. Todos los días, cuando sale a la calle a recolectar información para el nuevo volumen, se encuentra a alguien que le habla sobre alguno de ellos.

      Muchos lo llaman el “hacedor de libros”. No obstante, el escritor italo-venezolano se autodefine como un “hacedor de historias” porque son éstas las que hay que crear para poder materializar una obra literaria.

      Romántico y con un toque de poeta, Nicola dice que cada libro que escribe es como un amor pasajero que se va desvaneciendo cuando comienza a escribir una nueva historia: “Yo no sé si es un defecto mío o si todos los escritores piensan igual: el libro es como una novia que tú tienes”, expresa casi suspirando.

      Antes de culminar Estampas Victorianas V, el escritor publicará su más reciente novela, Amores Bastardos. Para la impresión de esta nueva obra, indica que firmó un contrato con la Editoriale Tracce di Pescara (primera vez que se asocia con una editorial). En su rostro se dibuja una sonrisa y sus ojos rebozan de alegría cuando habla sobre lo que podría ser el sueño más anhelado de toda su vida: “Lo van a traducir en italiano y lo distribuirán en algunas ciudades importantes de allá. Me voy a sentir orgulloso si logro regresar a Italia y veo mi libro en las librerías”.

      La esperanza y felicidad que representa la posibilidad de ser un escritor renombrado (por lo menos en su país natal) se ven opacadas por la nueva identidad que la alcaldía del municipio José Félix Rivas le dio a la Plaza Italia. “Ahora le colocaron el nombre de “Plaza El Alba”. Este monumento histórico y cultural, fundado en 1978, lo hicimos cuatro gatos sin el apoyo de nadie, pidiendo de a centavitos”, expresa con tono de molestia. Más que una plaza, es un símbolo de agradecimiento a los victorianos por el buen trato que les han dado a los inmigrantes italianos. Nicola se aferra a la idea de rescatar su verdadero nombre antes de morir y de ver en ella el tricolor del país que un día dejó; un país que a diario recuerda con nostalgia.

 • Ping-pong

– Un número: 17.

– Un color: Verde Navidad.

– Un aroma: Rosas.

– Una frase: “La vida es un pedazo de tiempo con buenos y malos momentos que dependen del empeño que se le pone para lograrlos”.

– Un escritor favorito: Guareschi (escritor y periodista italiano).

– Un libro: “La Divina Comedia” de Dante Alighieri.

– Una canción: “Venezuela”.

– Un lugar: Falcón y Mérida.

– Una estación del año: Primavera.

– Una comida: Pasta.

– Una bebida: Whisky.

– Un animal: Águila.

– Un amuleto: Cacho.

– Un país: Italia.

– Una nacionalidad: Suiza.